‘Más allá de la locura’: el judío liberal asaltado por un mundo posterior al 7/10

La reacción de su comunidad la animó. Su templo quedó, de la noche a la mañana, “superpoblado”. Duda que alguien se haya vuelto “más fiel”. La guerra trajo un renovado “compromiso con nuestra cultura”, con ser judío. “Cuando veo a los padres dejar a sus hijos en las sinagogas”, añade, señalando los riesgos que eso conlleva ahora, “me impresiona tanto que hayan decidido darles a sus hijos una educación judía cuando los identifican como un objetivo”.

De las llamadas que ha recibido de sus feligreses desde el 7 de octubre, muchas son de parejas mixtas en apuros. Los cónyuges judíos dicen que sus parejas no judías no entienden el trauma que están atravesando y a veces lo descartan como “una especie de histeria judía”. Del cónyuge no judío escucha alguna versión de: “Cuando nos casamos, él o ella no era tan judío”. Esa identidad, “ese marcador judío se ha vuelto tan central”, añade Horvilleur. “No tenían idea de que la historia judía estaba tan presente en la vida de su amada. Hay una profunda conciencia de fragilidad”.

En cada mal momento para los judíos franceses en las últimas tres décadas –desde la profanación del cementerio de Carpentras en 1990 hasta el fuerte repunte de la violencia antisemita desde el 7 de octubre– el Estado francés se ha movilizado para proteger a los judíos. Los vehículos militares han sido una visión común fuera de las sinagogas durante más de una década. Políticos destacados se unen a las marchas en su apoyo.

“Sé que, en teoría, la República Francesa me salvará”, dice Horvilleur. “En la práctica no estoy completamente seguro”.

Con eso, señala voces conflictivas en su cabeza. Una la empuja a seguir buscando aliados entre los franceses que, hace 80 años, se unieron a la resistencia contra los nazis. El otro le advierte de los colaboracionistas que hay entre ella. “Tu vecino”, dice que todos los judíos franceses lo saben, “podría ser tu asesino”.

El giro más duro en su retórica y puntos de vista (no es que necesariamente lo describiría con esas palabras) la hace dudar. El universalista está luchando contra las pasiones de este momento. Piense en esos argumentos de “sí, pero” que escuchamos. “Sí, los ataques del 7 de octubre fueron horribles, pero…”. “Sí, la guerra de Gaza es terrible, pero…”.

Horvilleur dice consternada que ella también se sorprende haciéndolo. “Y me detengo. Me niego a estar en el ‘sí, pero’ hablando. Creo en el poder político del lenguaje. Como rabino, como escritor… Ahora mismo no encuentro las palabras adecuadas. Tardo mucho más en poder expresarme. Intento mostrar humanidad a las personas que sufren”.

Hablando el viernes, antes de la última cena de Shabat de 2023, Horvilleur me dice que alrededor de su mesa estarán un sacerdote católico y dos amigos del Líbano. Ella dice que no planeó a propósito una cena “interreligiosa e intercultural”, pero eso refleja un deseo contradictorio.

“Intuitivamente siento la necesidad de fortalecer esas alianzas”, dice. “Para ir en contra del fenómeno que está ocurriendo dentro de mí, de volver al gueto y encerrarme con judíos. Aún más que antes, decidí no rendirme ante ello. ¡Pero vaya, requiere un verdadero esfuerzo!

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