San Gonzalo de Amarante, humilde dominico

La sencillez de Dios se muestra al nacer en la humildad de nuestra carne. En este tercer día del Tiempo Ordinario, recordamos a San Gonzalo, que resplandeció por la pequeñez de su ser. De origen portugués en el año 1186, su humildad hace que se fije en él, el Arzobispo de Braga, formándole personalmente en su camino hacia el sacerdocio. Su espíritu de santidad y sus dotes de gobierno siempre le acompañan.

Por este motivo le encomiendan la Abadía de San Pelayo. Allí mostrará un celo por las almas, invitando a la penitencia, camino que él llevará por delante de las almas que tiene a su cuidadoy que siempre será una de sus constantes. Se notará en su vida el Ora et Labora, para rezar y ponerse manos a la obra con las luces que le dé la providencia. Tampoco descuidará a los mendigos que se acercan a pedir al Convento.

Dentro de este camino de santidad, en su mente surge la idea que se convertirá en un deseo: visitar la Tierra de Cristo. Por ello dejará a su sobrino al cuidado del Monasterio, marchando a los Santos Lugares de donde regresará fortalecido por la experiencia vivida, lo que le preparará a la prueba que tiene. Y es que el sobrino ha caído en la relajación, tratando de rechazar la presencia, incluso de su tío, en un ambiente donde todo ha tomado un ritmo controvertido.

Retirado a vivir como anacoreta, también predica el Evangelio en los alrededores de Tamaca, hasta que ingresa en los Dominicos de Vimaro. Tras un tiempo allí obtiene permiso para retornar al Oratorio de Amarante, donde se dedicará a la oración y la penitencia. Puesto en las manos de la Virgen, a la que siempre tuvo una gran devoción como buen dominico, San Gonzalo de Amarante muere en el año 1260.

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