Redefiniendo la dinámica del poder en el Cáucaso

El Cáucaso Sur ha sido durante mucho tiempo un polvorín geopolítico, una encrucijada donde chocan intereses globales. Los acontecimientos recientes no han hecho más que subrayar su importancia estratégica. En septiembre de 2020, la decisiva acción militar de Azerbaiyán resolvió un conflicto estancado desde hacía mucho tiempo, aparentemente en línea con el derecho internacional. A primera vista, se trató de un éxito diplomático, un compromiso negociado por potencias regionales y mundiales. Sin embargo, los acontecimientos recientes revelan un escenario mucho más complejo y volátil bajo la superficie.

La incapacidad de Rusia para apoyar a Armenia durante la segunda guerra de Nagorno-Karabaj está bien documentada. Atado de pies y manos por la dinámica internacional y regional, Moscú se vio incapaz de actuar con decisión. La situación se deterioró aún más después de la guerra ruso-ucraniana, cuando Rusia realizó fuertes inversiones en su frente occidental. Las sanciones impuestas por Occidente han tensado aún más los recursos de Moscú, dejando a Putin con un margen de maniobra limitado. Este cambio de enfoque hacia Ucrania ha abierto una ventana de oportunidad para algunos de los vecinos de Rusia, y Azerbaiyán ha aprovechado el momento para afirmar sus ambiciones militares y políticas. Otros países, que no estaban preparados para este giro de los acontecimientos, se sintieron abandonados, entre ellos Armenia, el más importante.

Tras su derrota, Armenia ha comenzado a reevaluar sus alianzas. En una entrevista sincera concedida a Foreign Policy en mayo de 2023, el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, admitió que “confiar en un solo socio para la seguridad es un error estratégico”. Esta constatación ha llevado a Armenia a buscar nuevas alianzas, en particular con Occidente. Un paso importante en esta dirección fue el acuerdo con Estados Unidos para realizar ejercicios militares conjuntos. Estados Unidos incluso ha tomado medidas para establecer un complejo militar en Armenia para modernizar su infraestructura militar y prepararla para futuros conflictos. Los ejercicios Eagle Partner, realizados en los últimos dos años, han sido un resultado directo de esta nueva alineación estratégica. Aunque las cifras exactas siguen sin estar claras, se estima que alrededor de mil soldados estadounidenses están estacionados actualmente en Armenia.

Extendiendo la mano de los EE.UU.

La política exterior estadounidense suele compararse con navegar en mares turbulentos, equilibrando, ajustando y, en última instancia, aprovechando las corrientes cambiantes. A lo largo de la historia, desde la revolución iraní de 1979 hasta los intentos de golpe de Estado en Cuba y la guerra civil en Somalia, Estados Unidos ha sorteado con destreza las crisis apoyando a múltiples bandos y alineándose con los vencedores finales. Este enfoque pragmático se está aplicando ahora en el Cáucaso meridional.

En un discurso reciente en el Carnegie Endowment, la embajadora estadounidense Yuri Kim articuló la posición de Estados Unidos con matices sutiles pero poderosos. Si bien se presentó como defensora de la paz, su mensaje fue claro: Estados Unidos apoya firmemente a Armenia y reconoce “una ventana de oportunidad para promover la paz y la estabilidad en la región”. Sugirió intencionadamente que Armenia tiene la oportunidad de liberarse del aislamiento impuesto por un “vecino maligno”, aludiendo a las ambiciones regionales de Azerbaiyán. Este sentimiento también fue repetido por Michael Rubin, un destacado estratega, quien sostuvo en un artículo de opinión de enero de 2024 que Estados Unidos podría reforzar su influencia en el Cáucaso Sur apoyando a Armenia. Rubin enfatizó que esta región se encuentra en el corazón de un nuevo orden global, donde la competencia con China y Rusia domina la política exterior estadounidense.

Sin embargo, la estrategia de Estados Unidos no se limita a apoyar a Armenia. También cultiva cuidadosamente los vínculos con Azerbaiyán, consciente de la importancia estratégica de Bakú como contrapeso a la influencia rusa y china en la región. A principios de este año, en las conversaciones con Rusia sobre el futuro del Corredor Zangezur, el presidente azerbaiyano Ilham Aliyev dejó en claro que este corredor es vital para el futuro económico de Azerbaiyán y que cualquier interferencia rusa sería inaceptable. Aliyev, muy consciente de la preocupación de Rusia por Ucrania, sabe que las acciones de Azerbaiyán no requieren la bendición de Moscú; en cambio, Rusia debe asegurar la cooperación azerbaiyana para mantener la estabilidad en su frente oriental.

En esta delicada danza geopolítica, Estados Unidos juega un doble juego. Por un lado, brinda apoyo material e ideológico a Armenia, ayudándola a distanciarse de la esfera de influencia de Rusia, tal como lo ha hecho Georgia. Por otro lado, Washington tiene cuidado de no distanciarse de Azerbaiyán, reconociendo el potencial de Bakú como baluarte contra la expansión china hacia el mar Caspio.

La política de equilibrio de Türkiye

La política exterior de Turquía siempre ha reflejado los principios fundacionales de su república. En sus primeros años, el mantra rector de Turquía era “paz en casa, paz en el exterior”, una doctrina de estabilidad que resultó inestimable durante la turbulenta década de 1930. Hoy, cuando Turquía se alza como potencia regional, este principio es más relevante que nunca.

Desde mediados de la década de 2010, Turquía ha seguido una política exterior proactiva, posicionándose como un centro de actividad económica, política y diplomática. A diferencia de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, Turquía ahora toma medidas audaces tanto en la mesa de negociaciones como en el campo de batalla. Durante la Segunda Guerra de Nagorno-Karabaj, el apoyo inequívoco de Turquía a Azerbaiyán fue un punto de inflexión, alterando el equilibrio de poder en la región. Este papel activo no solo ha limitado la capacidad de Rusia para apoyar a Armenia, sino que también le ha permitido asegurar un corredor estratégico que conecta Anatolia con Asia Central.

En el mundo multipolar de hoy, donde los centros de poder cambian constantemente, el control de las rutas comerciales es crucial. Las ganancias económicas siguen siendo importantes, pero controlar los pasos y vínculos clave es aún más vital en un mundo pospandémico donde las cadenas de producción se han visto alteradas. Si Azerbaiyán puede mantener su ventaja actual y el statu quo de facto, Turquía puede ampliar su influencia y emerger como un centro de poder que se extienda desde Europa hasta China. Además, proyectos como la Ruta de Desarrollo de Basora, que apunta a conectar Basora con Sanliurfa, podrían permitir a Turquía construir un corredor que conecte Asia Central, Oriente Medio, Rusia y Europa.

Como potencia hegemónica en decadencia, Estados Unidos se prepara para una nueva era de competencia entre grandes potencias. Washington necesita controlar rutas comerciales clave y puntos de estrangulamiento geopolíticos para contrarrestar a China y sus aliados. Por eso Armenia se ha vuelto estratégicamente importante para Estados Unidos, ya que le ofrece un potencial punto de influencia sobre el Corredor Zangezur. Más allá de las ganancias materiales, Estados Unidos también está interesado en impedir el surgimiento de otros centros de poder, lo que le permitirá centrarse en su principal adversario. En este contexto, Turquía debe continuar con su política exterior equilibrada, asumiendo su papel de centro de poder emergente, similar a Jano en la mitología romana –el dios de los comienzos, las puertas y las transiciones– que aparece en momentos cruciales. Considerando las recientes visitas de Putin a Bakú y Chechenia, Turquía debe reconocer su momento y afrontar estos desafíos con determinación y previsión estratégica. Es el momento adecuado para que Turquía dé un paso adelante e introduzca su comprensión del orden mundial, que es un enfoque necesario no sólo para sus aliados sino también para el mundo mismo, a saber, la política exterior humanitaria y empresarial.

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