No corren los mejores tiempos para la democracia en el mundo. Cuatro de cada cinco países retroceden en su desempeño democrático. La participación electoral ha caído nueve puntos en los últimos 15 años, para situarse en torno al 55%. En una de cada cuatro elecciones desde 2020, el perdedor no aceptó los resultados, dirimidos cada vez más en los tribunales. Son algunas de las conclusiones del último informe sobre el estado de la democracia global de IDEA, el prestigioso Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, con sede en Estocolmo. Su secretario general, el costarricense Kevin Casas-Zamora, quien fuera también vicepresidente de Costa Rica, analiza sus conclusiones en esta entrevista a EL PERIÓDICO.
¿Está la democracia global en declive o es solo una impresión?
Hay señales reales de que la democracia enfrenta tiempos muy complicados y retos que probablemente no se han visto desde la década de 1930. Vemos un descenso generalizado en el desempeño de los sistemas democráticos. Su calidad se está deteriorando. Por octavo año consecutivo, más países retroceden en su desempeño que aquellos que lo mejoran, la secuencia más larga del último medio siglo. Por otro lado, de los 173 países que cubrimos en el informe, la mitad sufren un deterioro estadísticamente significativo en al menos un aspecto central del quehacer democrático. Sea la credibilidad de las elecciones, la protección de la libertad de prensa o la calidad del espacio cívico. Hace una década esa proporción era menos de una cuarta parte.
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¿Qué está pasando?
Esa es la pregunta del millón. Diría que es un conjunto de fenómenos muy complejos. Por un lado, las sociedades democráticas están siendo sometidas a fuerzas centrífugas muy poderosas, como los niveles desaforados de polarización, que debilitan al sistema democrático. Sucede en EEUU pero también en España, que es un caso paradigmático, donde la polarización no deja de crecer. Otra fuerza centrífuga muy dañina son las desigualdades crecientes. Luego está el brutal debilitamiento de los partidos políticos. Tampoco ayuda la corrupción, que le hace un daño brutal. O que el precio que pagan los autócratas o quienes pretenden convertir su sistema democrático en un sistema autoritario es mucho menor que hace una generación.
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¿Esta perdiendo la democracia su poder de seducción?
Hay una percepción muy extendida de que la democracia no está resolviendo los problemas de la gente. No está cumpliendo con las expectativas de la sociedad. Esto es cierto, pero creo que es más específico. Creo que este descontento tiene mucho que ver con la percepción de que no está resolviendo problemas de equidad. De que los sistemas democráticos protegen los intereses de los enchufados. Y de las élites y las grandes empresas.
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También vivimos, como señalan en su informe, en una época de radical incertidumbre.
Es una época de cambios muy acelerados y muy profundos. Piense en la inteligencia artificial, el cambio climático o los flujos migratorios. Eso ha hecho que se disparen los niveles de incertidumbre social. Y cuando eso sucede, hay una tendencia muy natural a buscar el abrazo protector de figuras paternales — porque siempre son hombres– autoritarias. Hay una larga tradición en esto. El nazismo ascendió al poder a partir de las dislocaciones generadas por la Gran Depresión. Y Putin, sobre la base del caos absoluto generado durante el gobierno de Yeltsin en Rusia.
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En los países democráticos cada vez más gente vota con la nariz tapada o, simplemente, no vota. Su informe refleja un desplome en la participación. ¿A qué responde esa desafección?
La percepción de que el sistema político tiene los dados cargados en favor de las élites, tiene mucho que ver con eso. Y no hay manera de explicarlo sin recurrir a lo que ha pasado en los últimos 40 años en el mundo con los niveles de desigualdad. Nos creímos el cuento de que era posible crear democracias estables en medio de un proceso imparable de crecimiento de la desigualdad. Tarde o temprano eso te pasa la factura. La gente deja de creer en el sistema, siente que el sistema no le representa porque, en la percepción de muchísima gente, lo que hace es proteger los intereses de grupos cada vez más pequeños.
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¿Y tienen razón?
Depende el caso, pero no hay duda de que está pasando factura.
Deduzco de sus palabras que va a ser muy difícil reparar la democracia si no hay una reforma seria del capitalismo.
Así es. Ese es el argumento del último libro de Martin Wolf, el columnista estrella del ‘Financial Times’, un tipo nda sospechoso de proclividades socialistas. Esencialmente se ha creado un círculo vicioso en el cual mayores niveles de desigualdad generan mayor propensión a la captura de las instituciones democráticas por parte de grupos cada vez más pequeños. Lo cual solo perpetúa el proceso. Wolf no es el único que lo dice, lo ha dicho durante años Paul Krugman.
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Básicamente la desigualdad está matando a la democracia.
Si lo quiere poner en esos términos, estaría dispuesto a firmarlo. Es como matar a un elefante a pellizcos, como decimos en Costa Rica.
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Ustedes también dicen que, cuando el autoritarismo y los salvapatrias reemplazan a la democracia, sus resultados no son mejores. ¿Es así?
No hay ninguna evidencia de que lo hagan mejor. No resuelves los problemas que estabas tratando de resolver y te quedas sin democracia. Yo escribí un artículo sobre los populismos anticorrupción que han emergido en América Latina. Y al analizar sus resultados, ves que no tienen nada que mostrar. Por el contrario, lo que hacen los proyectos populistas es desmontar todo aquello que permite tener éxito contra la corrupción. Le caen a palos a la prensa independiente, a la independencia del poder judicial o al margen de maniobra de la sociedad civil.
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Las democracias no siempre dan ejemplo. Pienso en las últimas legislativas en Francia. El bloque de izquierdas ganó las elecciones, pero el presidente Macron ha elegido a un primer ministro de derechas. ¿Es justo que la gente se sienta traicionada?
No voy a opinar sobre las decisiones del presidente Macron, pero digamos que no es de extrañar que una parte importante de la ciudadanía sienta que su voto no cuenta para nada. Y este es un tema importante. La gente se queja mucho de no poder participar en los asuntos públicos. Pero no creo que sea ese el problema. Lo que encabrona a la gente es que den sus opiniones y su consentimiento por sentado. Que les tomen por idiotas.
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En España la derecha mediática y la derecha política tiene un discurso muy alarmista sobre el liderazgo de Sánchez. ¿Está la democracia española en peligro?
Me parece que es parte de los niveles desaforados de polarización que hay en España, que impiden tener un discurso político racional y una apreciación de las fortalezas indiscutibles que ha construido en materia democrática a lo largo de estos últimos 40 años. España es una democracia de alto desempeño por donde quiera que la tomes. Tiene problemas, como los tienen todas. Hay cosas cuestionables que reclamarle a Pedro Sánchez, pero no veo ninguna evidencia de que la democracia en España esté en trance de muerte y en una pendiente descontrolada hacia abajo. Verdaderamente no la veo. Eso sí, habría que bajar los decibelios.
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En Venezuela parece no haber vuelta atrás. Algunos siguen pidiendo las actas, otros están convencidos del fraude del régimen de Maduro.
Yo estoy absolutamente convencido de que es un fraude descarado. Tengo muy pocas dudas de eso. Cosa que, dicho sea de paso, es muy excepcional en América Latina, donde el aspecto de la construcción democrática que más avanzó en los últimos 40 años fue la introducción de instituciones electorales creíbles, robustas y capaces de organizar elecciones correctamente. A mí me parece que la reacción de la región frente a ese fraude es tan importante como el fraude mismo, porque si la región no es capaz de decir con una sola voz algo tan elemental como que el fraude no es aceptable, hay que temer por el futuro de la democracia en América Latina.
¿Se solucionaría con la presentación de las actas?
Las actas nadie las va a presentar. Las actas que son públicas son las que ha hecho públicas la oposición, y eso es lo que tenemos. No tengo ninguna evidencia de que la autoridad electoral en Venezuela, controlada por el Gobierno, vaya a presentar las actas en algún momento. No va a suceder, de ahí que seguir insistiendo en que deben ser presentadas, no va a cambiar la situación de ninguna manera apreciable.
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El asalto a la democracia también viene desde fuera. ¿Qué países o grupos están dedicando más recursos a desestabilizar la democracia fuera de sus fronteras?
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Diría que son aquellos a los que repetidamente se señala Rusia sí hace un esfuerzo sistemático para subvertir procesos electorales a través de campañas de desinformación y otros mecanismos. Probablemente, China también. Ahora, ¿cuánto incide eso en los resultados electorales? La pura verdad es que nadie lo sabe. Yo tengo la fuerte impresión de que el futuro de la democracia no depende de lo que hagan en Moscú o en Beijing. La suerte de la democracia se define en cada uno de nuestros países. Las causas que la corroen son mucho más internas. La lucha de la democracia por su futuro es una lucha contra sí misma.
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