¿Cuándo le contaremos la verdad al barcelonismo?

Sólo una cosa no debía suceder en Riad. Solo una: que el Barça no compitiera la final. Y eso, exactamente eso, es lo que ocurrió. El Barça no compitió. No lo hizo ni en lo tangible ni, mucho menos aún, en lo intangible. En lo tangible, porque anda muy lejos del talento ofensivo de su máximo rival; y en lo intangible, porque fue absolutamente incapaz de acortar esa diferencia con todo aquello que debe exigírsele a un equipo que pretenda aspirar a todo.

Ni hubo concentración en las vigilancias, ni energía para la presión alta, ni capacidad para encimar a los pasadores del Madrid, ni liderazgo ni personalidad para acometer una reacción en la segunda parte. Eso fue casi lo más grave. Nadie se reveló, nadie tiró del carró, nadie animó. Lunin vivió una fiesta y el Barça se derrumbó muchísimo antes de que Rodrygo redondeara el calvario azulgrana. Venía la luz siendo tenue y se apagó en Arabia. Vamos a ver cuánto tarda en volver a encenderse, si es que vuelve a hacerlo. Hay una arista coyuntural. Tras salvar a la entidad y proporcionarle dos títulos, xavi no está dando con la tecla esta temporada y anda capeando una regresión del proyecto, escenificada en la curva que describe su paso por Arabia. Orgullo por haber vuelto a competir la semi de 2022, euforia por la exhibición de hace un año y desazón por el despropósito del domingo. Un frenazo no previsto en el guión.

Pero sería injusto personalizar en xavi – algo que se está haciendo – el problema del Barça. Laporta se vendió más de 700 millones en activos e invirtió más de 200 en rehacer una plantilla que, pese al talonario, sigue lejos de sus principales rivales europeos. La mayoría de las adquisiciones no han marcado la diferencia y el recambio de Busquets, pieza capital en el dibujo del míster, no ha jugado un minuto en Riad. Costo 3 millones y medio porque la entidad vive excedida, con contratos otra vez ascendentes y largos en futbolistas de cierta edad. Esa es la arista estructural, que no parece tener remedio a corto plazo. Se sabía que el viaje emprendido por el presidente tenía un precio y un riesgo: volver a entramparse a cambio de muy poco. Laporta, en el fragor del Caso negreiraproclamó el miedo del madridismo al regreso de otro Barça de época. Pero la realidad es muy distinta y lo último que hay que hacer es esconderla. Hay que arreglarla y pinta que va a ser muy difícil.

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